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14 de Noviembre  2024 

Historia y pasión que trasciende generaciones

Una obra de arte en constante evolución, moldeada por la mano de quienes ven en él una extensión de su propia historia


Martes 12 de Noviembre de 2024 | 12:32:30 PM 

Autor

María Isabel Perdigón Gutiérrez

Los orígenes del tabaco se remontan al encuentro de dos mundos, cuando las civilizaciones originarias de América fueron descubiertas por los exploradores europeos.

Alrededor de 1492, los conquistadores notaron que los taínos y siboneyes utilizaban hojas secas de una planta que llamaban cohiba en sus rituales sagrados. Estas ceremonias fascinaron a los recién llegados, quienes nunca habían presenciado el uso de las hojas de la planta para fumar. Desde ese momento, comenzó a ser vista, no solo como una curiosidad sino como un recurso valioso.

El tabaco pronto fue llevado a Europa por los españoles, y fue allí donde, a través de los siglos, se popularizó hasta el punto de convertirse en un cultivo rentable y de alta demanda.

Según varios documentos de colonos y agricultores locales, ellos empezaron a experimentar con la siembra en el siglo XVII de forma muy limitada, pero fue en el siglo XVIII que la producción comenzó a ganar un papel protagónico, y en esta etapa, el Capitán General español indicó que el tabaco de Vueltabajo “era el mejor que se podía hallar en toda la Isla”.

TRADICIONES Y RELACIÓN ERRA

El Valle de Viñales fue uno de los puntos más antiguos de cultivo en la región y, aún hoy, se le considera de alta calidad en la hoja. Otra área destacada en los primeros años fue San Juan y Martínez, que rápidamente ganó fama por las fincas tabacaleras que producían hojas de notable calidad. Estas zonas se consolidaron como epicentros de la producción, gracias a la presencia de suelos ricos en minerales y un clima que favorecía el crecimiento de las plantas.

En los inicios del siglo XIX, varias familias comenzaron a asentarse en Vueltabajo y a especializarse en el cultivo y procesamiento de la hoja. Entre ellas, destacan apellidos que hoy son emblemáticos en la historia tabacalera de Cuba. La familia Robaina, por ejemplo, se convirtió en uno de los nombres más reconocidos a nivel nacional e internacional, y ganó fama mundial como productor de una de las mejores hojas de capa del mundo. En la finca Cuchillas de Barbacoa, en San Luis, Robaina desarrolló métodos de cultivo y secado que se mantienen como referentes de calidad. Sus conocimientos y técnicas pasaron a las generaciones siguientes y continúan formando parte del legado.

Otro núcleo familiar destacado de la región fue Bustamante, que desarrolló técnicas innovadoras para mejorar la textura y aroma de las hojas. Establecidos en San Juan y Martínez, fueron pioneros en la adaptación de métodos de cultivo y curado que ayudaron a elevar los estándares de calidad.

 También los Echevarría, originarios de la región de Viñales, fueron conocidos por la selección de hojas con características ideales para las capas, esenciales en la fabricación de habanos de alta gama.

CALIDAD Y AUTENTICIDAD

Fernando Ortiz, reconocido investigador de la cultura cubana, señaló que “la riqueza de la tierra pinareña y su clima permiten que la hoja alcance una calidad excepcional, inigualable en otros lugares del mundo”. Ortiz también subraya la influencia que ha tenido en la cultura y en la economía de Cuba, destacando que “esta planta no solo es un cultivo agrícola, sino también un símbolo de resistencia y tradición que ha perdurado a través del tiempo”.

La aseveración de muchos expertos en que la región produce el mejor tabaco del mundo está respaldada por datos de calidad y volumen de exportación. De hecho, se estima que alrededor del 60 % o 70 % destinado a la producción de habanos proviene de estas tierras.

Para lograr estos resultados, los campesinos se especializaron en el cultivo de variedades que se adaptaban a los suelos, entre ellas, el famoso Corojo, que con los años se convertiría en emblema de la región y en un bien de exportación que rápidamente captó el interés de mercados en Europa y América, con las marcas Montecristo, Partagás y Cohiba, símbolos de exclusividad y buen gusto.

Los maestros torcedores de esta región son conocidos por su habilidad y destreza en la creación de puros, un arte que requiere precisión, paciencia y un profundo conocimiento de las hojas, y que es fuente de empleo para cientos de trabajadores que dedican horas a seleccionar, secar, fermentar y torcer las hojas, un proceso que sigue los métodos tradicionales de hace siglos.

La maestría de los torcedores pinareños es tan apreciada, que algunos de ellos han sido reconocidos a nivel internacional, y sus puros galardonados en prestigiosos eventos y concursos.

Aquí es común que los niños acompañen a sus padres a las plantaciones y aprendan desde pequeños a seleccionar las hojas y a entender los ciclos de cultivo. Esta participación temprana en la vida agrícola es vista como una forma de fortalecer los lazos familiares y asegurar la continuidad de la tradición tabacalera, que actualmente se enfrenta al desafío de adaptarse a los cambios de un mundo globalizado, pero sin renunciar a sus métodos tradicionales y a ese vínculo que, desde hace siglos, une a los productores con su tierra.

El tabaco de Pinar del Río es una obra de arte en constante evolución, moldeada por la mano de quienes ven en él una extensión de su propia historia. Cada hoja que se seca en las vegas, cada habano que se elabora en las manos de un torcedor es un tributo a la perseverancia y al amor por esta tierra, que ha hecho del tabaco su razón de ser y de existir.(Tomado del periódico Guerrillero)

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